8 – Reencuentro (parte 2)
Baloo y Marcelino corrían directos hacia Anhelp para evitar que siguiera atacando a su hermano Talmek. Baloo sacó las garras dispuesto a separarles de un potente zarpazo que, sin duda, habría acabado con la enana lisiada al momento. Por suerte para ella, Marcelino se lanzó contra ella a la desesperada. Como era de esperar, su salto no fue especialmente gràcil y el cuchillo casi le corta la garganta, pero fue suficiente para mantener a Anhelp de una pieza. Con ambos en el suelo, Marcelino indicó a Baloo que la inmobilizara mientras él le quitaba el cuchillo.
Florence Farmborough corrió directo a asistir a Talmek. Su achaparrado cuerpo estaba cubierto de sangre, que salía a borbotones de las distintas cuchilladas. Florence no lograba recordar cuándo fue la última vez que había visto una escena como aquella, pero sus manos demostraron tener mejor memòria que ella. Durante la Gran Guerra había suturado peores agujeros que aquellos pero, claro, ni aquello no era un hospital de campaña, ni Talmek era un humano de su realidad.
Segundos más tarde, Sebastián y Viola llegaron junto a Florence y la ayudaron presionando con gasas de fibra las heridas. La cosa pintaba mal. En una fracción de segundo, Florence contó un doce laceraciones y de tres de ellas salía sangre rosada que, si fuera un humano terrestre, sería de arteria.
Florence limpió las heridas con agua de Estigia que solía curar al momento heridas leves e introdujo en cada desgarro un trozo de madera del árbol Bodhi para cortar la hemorragia. Estaba a punto de empezar con las suturas pero, al ver como empezaban a aparecer hematomas en el abdomen del fornido acondroplásico, paró y miró a Talmek:
— ¿Tant mal està? — dijo el enano entre bufidos.
— Posiblemente podré salvarte la vida —Florence hizo respiró hondo antes de seguir— pero no será más que un apaño. Tienes muchos órganos afectados, si tu anatomía es parecida a la mía, no pueda asegurarte que puedas tener una vida en condiciones.
Talmek se quedó pensativo al oír eso. Dada la criticidad de las heridas, Florence no esperó la respuesta y enhebró una aguja. Sin embargo, cuando se disponía a intentar la primera sutura, Talmek le agarró la mano y ambos se miraron. Para ellos dos, fue como si el mundo parara de repente.
— ¿Puedes hacer que me vaya sin dolor? —dijo Talmek.
Florence recordó haber tenido aquella misma conversación con decenas de jóvenes soldados en el frente ruso. En su momento, la respuesta le salía automática, pero esta vez se le atragantó.
— Sí —balbuceó—, no te preocupes.
Mientras Florence buscaba una jeringuilla en el fardo, Talmek miró por última vez el cielo repleto de islas flotantes.
— Una vez dijiste que te gustaban las rosas —dijo Talmek a Florence acompañado con un intento de sonrisa agónica—. Si consigo volver prometo regalarte una… si descubro que és una rosa.
Marcelino se giró al dejar de escuchar los gritos de Talmek. Viola estaba sollozando de rodillas. Su gemelo, Sebastián, apartaba la vista mirando hacia la oscuridad del bosque falso. La estampa la completaba Florence aguantando el cuerpo inmòbil de Talmek, que se empezó a desmenuzar poco a poco, dejando una montañita de polvo apelmazada por el contacto con la sangre del suelo.
Imagen – Rosa entre cenizas en FreePik