12 – Ataque (parte 2)
Shamhat y Septimia caminaban hacia al centro de Perfección. Llevaban todo un latido en la granja de Shamhat atando oveznos a la vallas para evitar que se escapasen. Los pobres animales se comportaban de forma extraña, como si quisieran desesperadamente ir hacia el asentamiento. Estaban agotadas, sin embargo, aún les quedaba la tarea de ir a al eco de la plaza principal para llenar los cántaros de agua.
— Ya huelo la brisa del lago —dijo Shamhat, sonriendo a Septimia.
A Shamhat aquel eco le era muy conocido y no podía evitar sentirse nostálgica cuando se acercaba. Era un fragmento del lago que la vió nacer en Uruk y, para su desgracia, también en el que la ungieron el día que la casaron con aquella bestia semihumana llamada Enkidu. Por aquel entonces ella era una prostituta sagrada, un mero instrumento de los dioses, por lo que jamás se planteó ser más que el cuerpo en el que su marido descargara la frustración de comportarse como un humano durante el dia. Hasta su llegada al Origen el máximo amor que había sentido era colmillos en la nuca, zarpas en la espalda y desgarros en su sexo. Ella había civilizado aquel ser, pero le costó toda una vida domesticarlo.
— Pocas veces te veo sonreír —le dijo Septimia mientras le cogía la mano—. Debes dejar de tener miedo de todo el mundo, aquí todos te apreciamos.
Al girar la esquina que daba a la plaza principal, se encontraron que estaba llena de gente. Era común que las buenas gentes de Perfección se agolpaban de aquel modo para dar la bienvenida a los llegados en los fogonazos, así que ninguna de las dos sospechó nada.
— Venga —dijo alegremente Septimia—. Vamos a ver quién ha llegado.
Las dos mujeres se abrieron camino entre el gentío. Como era habitual con Septimia, a medida que las personas la reconocían le habrían un corrillo y la miraban como si esperaran una orden suya. Había sido la líder de esa comunidad así estaba acostumbrada aquellas atenciones, sin embargo, esta vez se respiraba tensión en el ambiente. Cuando por fin rebasaron el muro humano, se encontraron con un escenario inesperado. Un gran número de los zoomorfos de Perfección se había juntado en el centro de la plaza, rodeando un humanoide cornudo envuelto en greñas que miraba a la muchedumbre con cara de pocos amigos. Nada más verlo, Shamhat tiró de la mano de Septimia con todas sus fuerzas.
— ¡Huyamos! —Gritó Shamhat— ¡Es él! ¡Es Enkidu!
En aquel momento el ser llamado Enkidu emitió un tremendo rugido y los zoomorfos empezaron a atacar a sus vecinos. Poseídos por algún tipos de hechizo, los animales arremetieron contra sus amigos y compañeros como si de carnaza se tratara. Mientras los antropomorfos corrían por sus vidas, la plaza se llenó de gemidos, rugidos, bramidos, aullidos, relinches, graznidos y bufidos sin significado alguno, como si todos los animales hubieran perdido el don del Origen de hablar todos en el mismo idioma.
Escapar de la plaza no fue para nada fácil. Septimia recibió una sangrante herida en el brazo al ser mordida por el zorro Reynard y casi cae al suelo del dolor. Shamhat rompió sus dos cántaros contra la cabeza del oso Baloo para evitar, sin éxito, que mordiera en la yugular a Sebastián delante de su hermana Viola. Después de aquello, Shamhat agarró a Viola y las tres se escondieron dentro de una pequeña choza mal edificada y sin puerta. Estuvieron en silencio una eternidad mirando con desasosiego la entrada del habitáculo hasta que un par de siluetas humana se dibujaron en el alféizar de la inexistente puerta. La voz de Harriet Chalmers retumbó por toda la sala.
— ¡Septimia, reúne a tantos cuanto puedas! —ordenó Harriet— Tenemos que salir del pueblo ya y buscar a Starbuck.
Imagen – Septimia Zenobia in Thoughtco