Otros Mil latidos
Fénix subía al tranvía después de dos ajetreados latidos en el barrio arcano de Rende. Estaba agotado pero daba por sentado que su trabajo no acabaría hasta que no consiguiera llegar a casa y ya nadie le molestara. Así había sido desde que las islas ardieron en el cielo y no tenía pinta de cambiar en muchos latidos.
En aquel fatídico latido al que muchos ya llaman el Fin de los Días, no sólo el eco de Manhattan caducó de repente dejando miles de heridos, sino que muchos moradores simplemente desaparecieron. Tal vez su doctorado en exobiología apenas servían para tratar rasguños leves, sin embargo, gracias a su psique potenciada por el virus W el Dr.Fénix podía ayudar investigando el tema de los desaparecidos. Al menos mientras el afamado Sherlock Holmes y su ayudante Watson no volvieran de Antares, si és que a estas alturas lo hacían.
El tranvía del barrio Arcano apenas recorría unas manzanas de la caótica ciudad pero para Fénix aquel trayecto se había convertido en un pequeño ritual para ordenar sus ideas. A ritmo del traqueteo del vagón por la vía repasaba mentalmente todos los testigos con los que había hablado en aquel latido. Todo parecía indicar que los desaparecidos simplemente se habían evaporado sin razón aparente al poco de arder las islas. Fénix estaba convencido que jamás llegaría a encontrarlos pero su intuición le gritaba que debía haber una relación entre todos ellos y no pararía hasta encontrarla.
Al llegar a su parada entró en su pequeña oficina. Nada más entrar, se encontró con que había tres viejos conocidos sentados en la mesa del comedor mirándolo y, al momento, les dedicó una afable saludo. Se trataba de la alegre Doreen Green, su pareja Elfo y Georgius Faustus, quien debía haber cerrado su bar antes de tiempo por algún motivo.
— Vaya sorpresa ¿Qué hacéis vosotros aquí? —Dijo Fénix.
— ¿No lo sabes? Bouboulina nos ha invitado —Respondió Doreen.
Al momento entró Laskarina Bouboulina en la habitación con una contundente olla que desprendía un sabroso aroma a cocido. Sin mediar palabra, la mujer dejó la olla en medio de la mesa y abrazó amistosamente a Fénix.
— ¿Ya han pasado mil latidos de la última vez? —Preguntó Fénix.
— ¿Lo dudas? —le sonrió Bouboulina— Venga, siéntate rápido que no debe quedar mucho para el fin del latido.
— Lo de la olla es nuevo —apuntó Fénix—. La última vez tiramos cubos de agua por la ventana.
— Y la anterior hicimos sonar 108 campanadas — se rió Bouboulina —. Este año he decidido que seremos más respetuosos con los vecinos y seguiremos la tradición italiana de comer lentejas.
— Realmente, nuestras realidades tenían tradiciones la mar de pintorescas —comentó Faustus acercando el plato para que Bouboulina pudiese servirle—, y deliciosas.
— Yo de ti no me alegraría tanto hasta haberlas probado —añadió Fénix en tono socarrón—. ¿Te quedarás mucho tiempo Laskarina?
— La verdad, no creo —dijo Bouboulina mientras acababa de servir la comida—. Están llegando muchos rumores de caravanas que dicen haber visto una extraña niebla en el yermo y nos marcharemos con el grupo en breve.
— Nos ha tocado vivir tiempos interesantes supongo —añadió Elfo levantando su cuchara.
— Me temo que en el Origen todos los tiempos son interesantes —apuntó Doreen también levantando la cuchara.
En aquel momento, sonó una vez más el rugido que indicaba el fin del latido y empezaron a comer lentejas como si no hubiese un mañana. Para el resto de los moradores, aquel era un latido como cualquier otro, pero en esa pequeña casa del barrio Arcano una familia improbable celebraba lo que para ellos era el fin de un año juntos.