9 – la Guardiana de los Secretos
A unos cinco kilómetros del límite de la isla resplandece el corazón de la ciudad de Rende, formado por cuarenta manzanas del Midtown Manhattan del año 2041. Un milagro del urbanismo que se sostiene precariamente gracias a los quinientos metros de río Hudson que fluyen mágicamente de la nada, las doscientas hectàreas de tierra cultivable que antes eran parte de Central Park, los varios kilómetros de alcantarilla con los que es posible eliminar todos los residuos sin dejar rastro y los incontables kilovatios de electricidad cableados por toda la urbe. Fuera del eco, miles de canalizaciones y cableado acondicionan los inmensos barrios periféricos repletos de construcciones improvisadas de unas pocas plantas.
Pese a que lo que más llama la atención son los altos rascacielos, lo cierto es que Rende tiene el misterioso privilegio de disponer de la mayor densidad de ecos conocida de la isla. La mayoría de ellos tienen apenas unos cientos de metros cuadrados, pero otros han llegado a formar barrios enteros a su alrededor. Al norte, por ejemplo, la periferia de chabolas limita con los restos quebradizos de un antiguo eco caducado del satélite artificial llamado La Estrella de la Muerte. Más al sur, la reciente aparición del eco del lago Hylia proporcionan abundante agua y pesca aunque, por desgracia, está siendo controlada por las mafias locales. Al este, por su parte, destaca sobre las chabolas el monumental y helado fuerte Briggs.
Casi un millón de seres sintientes habita Rende, pero sólo doscientos mil tienen el privilegio de vivir en la zona de los rascacielos. De estos, sólo unos pocos tienen suficientemente influencia como para acceder a la sede de la Orden de los Grises en VIA 57 west. Pese a ser el credo mayoritaria en la isla, únicamente los llamados Guardianes de los Secretos disponen de la habilidad de transportar de forma instantánea personas y mercancías a través de las Semillas. Conocedores del poder que implica, la Orden decidió no participar activamente en las políticas locales, centrándose en gestionar el viaje entre semillas de forma independiente para evitar malos usos. Claro que esto también les ha puesto en el punto de mira de innumerables sospechas de corrupción y conflictos de intereses.
Como credo hermético que es, todos los actos de la Orden de los Grises se realizan a puerta cerrada; excepto la llegada de un Guardián de los Secretos a una población. Por voluntad de la Orden, la llegada de una comitiva a través de una semilla es siempre celebrado públicamente en las calles. Celebraciones como la de hoy.
Después de salir del eco de la Gran Manzana por la onceava avenida, la comitiva formada por tres landspeeders y tres M-ETT atraviesa las chabolas en dirección al edificio ayuntamiento de Rende. Como era de esperar, los vehículos motorizados en un mundo sin apenas recursos provocan mucha curiosidad y la gente se aglomera a su alrededor. En el primer vehículo, la Guardiana de los Secretos saluda sin cesar a los cientos de personas que observan animosos a ambos lados de la calzada. Se trata de una mujer sorprendentemente joven, de melena color ceniza y ojos esmeralda, en cuyo rostro se marcan las cicatrices de una vida anterior llena de dolor.
Pese al jolgorio, en una sombría esquina un hombre mira el espectáculo con desdén. És un humano delgado y entrado en años, pero con un porte extremadamente elegante que rebosa carisma. Su nombre es Alfred Pennyworth y, como tantas otras veces, está preocupado por su actual amo. En su oreja habita un pez traductor que, en el eco en que se encuentra, le permite comunicarse a distancia sin necesidad de energía. Espera instrucciones. En su mano tiene un mando que le permitiría volar en pedazos toda la comitiva en cualquier momento. Si el pez le transmite la orden adecuada significará que la misión de su amo ha sido un fracaso y detonará al momento los explosivos para crear una distracción. La espera se le hace eterna pero aguanta estoico en su posición. El primer coche de la comitiva està a pocos metros del explosivo subterráneo cuando el pez en su oreja empieza a agitarse.
— Misión cumplida Alfred —transmite el pez—. Las oráculos ya no serán un problema.
Impasible, Alfred desconecta el mando y se lo guarda en el bolsillo. Se acicala tranquilamente el bigote y, ajustándose los puños del chaqué, da media vuelta y se pierde entre el gentío. Todo transcurre según el plan.