6 – Recordando imperios
Septimia Bathzabbai salió de su casa en dirección a las granjas de las afueras de Perfección. Por lo que le habían dicho, la joven Shamhat tenía un problema con los oveznos y había pedido explícitamente que fuera Septimia a ayudar. Muy a su pesar, ser la antigua matriarca de congregación de Hijos del Dios Muerto la había convertido en toda una celebridad local, y no eran pocos los que la seguían llamando a todas horas. Desde que llegó Harriet Chalmers y la convenció de dejar la gran ciudad para fundar Perfección, había intentado con todas sus fuerzas ceder a Harriet el liderazgo de la comunidad. Sin demasiado éxito.
Después de una buena caminata, entró en la alejada granja de Shamhat. Aquella joven de belleza inigualable había decidido vivir lo más apartado posible del resto del pueblo, especialmente de los humanos. En más de una ocasión Septimia se había preguntado qué le podía haber pasado en su realidad para que ahora actuara de aquella manera.
— Bueno días. — le dijo Septimia a Shamhat — ¿Qué es lo que ocurre aquí?
Shamhat había atado a todos los oveznos a las zanjas que limitaban la granja. La muchacha se veía agotada y en su cara se percibía un profundo pesar.
— Los oveznos han intentado huir —bufó Shamhat—. No he tenido más remedio que atarlos, tenía miedo de que se hicieran daño.
En su antigua realidad, Septimia sabía perfectamente cuando uno de sus súbditos le incomodaba decirle algo. La ayudó a asegurar a los oveznos y, cuando todo se calmó, le preguntó por el verdadero motivo de pedirle ayuda. Shamhat miró al suelo con vergüenza. Incluso en ese estado, su atractivo era tal que Saptimia sintió como se les sonrojaron las mejillas. Finalmente, Shamhat acabó con aquel incòmodo silencio.
— Este problema con los animales me recordó a mi antigua realidad —miró fijamente a Septimia—. Allí yo era la más bella de la prostitutas sagradas del templo de Utu, entrenada para seducir a cualquier hombre o mujer. Un día, una bestia amenazó el pueblo con manadas de lobos y los aldeanos no dudaron en enviarme a seducir a la criatura —hizo una pausa, como si la siguiente frase se negara a salir de sus labios—. Una vez cumplido mi cometido, todos me dieron la espalda y viví el resto de mis días como una simple paria hasta que llegué al Origen.
— Mi querida Shamhat —Septimia puso su mano sobre el hombro de la muchacha—. En mi realidad fui reina de todo un imperio. En mi palacio de Palmira tenía centenares esclavos y tesoros pero lo último que recuerdo de allí son las murallas de la ciudad siendo destruidas por mis enemigos —Septimia separó la mano de la nuca de Shamhat—. El pasado, pasado está.
— Cuando yo me acostaba con hombres, estos se volvían dóciles. Maleables. Civilizados —Shamhat levantó la vista de nuevo—. Si tu hubieras sido mi reina entonces, sin dudarlo me habrías mandado seducir a tus enemigos para salvar a tu pueblo.
— Voy a contarte algo —Septimia se sentó sobre una piedra y le ofreció asiento a su lado a Shamhat—. Poco antes de dejar Rende conocí a un hombre llamado Háfez al-Ásad. Pese a que los dos éramos de la misma realidad, él había nacido más de mil años después de mi llegada al Origen. Una noche, le pregunté sobre su pasado y me contestó que había sido el presidente de Siria. Aquello me sorprendió. Siria había sido una de mis provincias así que le pregunté cómo se recordaba mi reinado. Él me contó que mis enemigos arrasaron la ciudad, me hicieron prisionera y mataron a mi hijo. Yo, no tengo recuerdo nada de aquello, como tú no tienes recuerdos más allà de tu pérdida. Ahora estás entre amigos.
— No podría soportar algo así de nuevo. —los ojos de Shamhat se enrojecieron, resaltando sus iris verdes.
— Los antiguos dioses han muerto. —le dijo Septimia— Desde ahora tu destino te pertenece sólo ti.
Imagen – Shamhat in Anilist