5 – Llegada a Perfección
La enana musculosa y tullida había recobrado el sentido poco después de la marcha de Pirata. Su nombre era Anhelp y, como todo recién llegado al Origen, estaba muy desubicada. Cuando Marcelino le preguntó por las aparatosas heridas de los talones simplemente contestó:
— Hice que las sacerdotisas de Lishma me los cortaran para conseguir la Deuda de los Dioses.
Decididamente, aquella no era la respuesta que Marcelino esperaba. Pese a que las heridas de los talones de la mujer habían dejado de sangrar, sus tendones seguían cercenados, con lo que la única opción era llevarla a rastras hasta Perfección, cosa que era imposible con el físico de burgués de Marcelino. Además, sin las extremidades mecánicas de Pirata para ayudar, el pobre no tuvo más remedio que abandonar temporalmente a la recién llegada en el bosque falso para buscar de ayuda en Perfección.
Hacía aún muy poco desde que los Hijos del Dios Muerto, como Marcelino, se había marchado de la gran ciudad de Rende para fundar Perfección. En el Origen, la vida fuera de los grandes núcleos urbanos es muy dura y Marcelino en más de una ocasión había pensado en regresar, pero entendía porque Septimia Bathzabbai y Harriet Chalmers, la actual portavoz de Perfección, habían tomado aquella decisión. Además, pese a las malas pasadas que juega la nostalgia en los recuerdos, la realidad es que en Rende todo eran secretos e intrigas, y ahora en Perfección por fin todos eran hermanos.
A diferencia de Rende, donde se contaban casi un millón de almas, en Perfección eran apenas tres mil habitantes con lo que la llegada del santanderino fue seguida con detenimiento por centenares de ojos curiosos. Marcelino fue directo hacia el recién inaugurado ayuntamiento, donde se reunió con Talmek.
— Talmek, los últimos fogonazos han dejado una mujer en el bosque falso. Está gravemente herida y no puede andar. — dijo Marcelino — Necesitaría que algunas personas me ayudaran a traerla.
— Marcelino, ya no estamos en Rende — le contestó Talmek desde su silla especial adaptada a su baja estatura —. No necesitas la aprobación del ayuntamiento para esto, podías haberlo pedido en voz alta en la plaza y seguro que conseguías una docena de voluntarios sin problemas.
— Lo sé, pero creo que la recién llegada proviene de tu realidad — apuntó Marcelino —. Se llama Anhelp y también es… bueno… tiene tu constitución.
De repente, los ojos de Talmek se humedecieron y el enano se incorporó apoyando sus cortos pero extremadamente fornidos brazos sobre la mesa.
— Esta mujer que no puede caminar —dijo intentando contener la emoción— ¿No tendrá por casualidad los talones cortados?
Imagen – Anhelp AI generated by Dall-E