19 – Recuperar Perfección (Parte 2)
El joven G’Kar no daba crédito a sus ojos. La operación había empezado de manera prometedora y Andreas había conseguido la primera sangre, pero a los pocos segundos todo cambió. Enkidu hizo algo y el suelo de debajo de Andreas se levantó y le hizo volar por los aires. Luego, puso su brazo mutilado en el barro del arroyo y, al sacarlo, volvía a tener una mano intacta. El resto de los soldados fue directo hacía el malvado ser con la esperanza de reducirlo antes de que los animales que se oían a lo lejos llegaran. Era uno contra seis ¿qué podía salir mal?
Con un simple movimiento de su brazo Enkidu arrojó una gran cadena que, como dotada de vida propia, atacó a todos cuantos se acercaban. Al ser le bastó sólo un segundo para enviar al transflejo a tres de los mejores mercenarios que G’Kar había conocido y dejar a los otros por los suelos. Jamás había visto nada parecido, ni siquiera en las guerras de Centauri. Entonces el monstruo empezó a trotar hacia el asustado soldado mientras cambiaba de forma como si toda su anatomía fuese de barro moldeable.
Un nuevo brazo apareció en el lomo de Enkidu y unas garra imparable se precipitó hacia G’Kar. De no haber sido porque el disco de Dachande cortó el desproporcionado brazo a tiempo las garras le hubieran partido en dos sin remedio. Su general acababa de salvarle la vida, al menos durante unos instantes. Dachande desconectó su ocultación óptica y empezó a disparar contra Enkidu quien, enfurecido, cambió de dirección y se fue directo hacia el Predator. G’Kar se permitió recuperar el aliento unos segundos antes de emprender la marcha de nuevo.
Los esclavizados habitantes zoomorfos de Perfección se unieron a la refriega y parecía que todo el eco había enloquecido. Decididamente, Enkidu no estaba actuando como un estratega, sinò como un animal sediento de sangre. A cada uno de sus gruñidos, una nueva ola de animales se precipitaba contra la línea ofensiva de mercenarios. Mientras estos pudieron contener a los zoomorfos sin usar armamento letal lo hicieron, pero a medida que la situación se volvió desesperada empezaron los daños colaterales. Bajo la triste mirada de Shamhat y el resto de vecinos de Perfección, el aire se llenó de graznidos, rugidos y aullidos de dolor. Un espectáculo funesto que sin duda se quedará en sus pesadillas durante mucho tiempo.
G’Kar corrió tan rápido como pudo para ayudar Dachande y la segunda unidad. Aquel ser parecía completamente omnipotente, al menos mientras estuviera dentro del eco. Casi parecía divertirse cada vez que regeneraba un miembro al serle cercenado. Del Enkidu humanoide de frondosa barba ya apenas quedaban unos pocos palmos de la piel de la aberración ominosa en la que se había convertido. Por primera vez desde que llegó a la isla, G’Kar recordó lo que era el horror y la impotencia pero, como tantas veces en el pasado, no se dejó amedrentar.
Ese ser acabaría con su vida, eso lo tenía claro, pero si podría conseguir que lo matara fuera del eco habría valido la pena. Pese a su pierna ortopédica, Dachande había conseguido mantener la distancia con el demonio de Enkidu, pero lo alcanzaría sin remedio en unos metros. La cadena viviente se estaba cebando con las segunda unidad y el resto estaban demasiado ocupado con los animales. G’Kar llamó a algunos compañeros para que le siguieran y corrieron hasta el límite del eco. Mientras el resto le cubría, disparó con su cañón de raíl magnético sin pensar. Una vez. Y otra. Y otra. Ese ser no parecía tener puntos débiles por lo que lo importante era llamarle la atención.
Y lo consiguió, vaya si lo consiguió.
Enkidu soltó un tremendo rugido y, convirtiendo sus brazos en una larga membrana como las alas de un murciélago, voló directo hacia G’Kar, llevándose la mayor parte de su cuerpo por delante.
Tendido en el suelo, G’Kar se puso a reír al ver como el disco de Drachande cortaba una de las alas del monstruo y este gritaba de desesperación al ver que no podía regenerarse. Habían vencido.
Mientras su visión se nublaba, lo que quedaba del mercenario se permitió un último momento de paz. Con su último suspiro antes de convertirse en cenizas recordó una vez más el discurso que le hizo tomar las armas para liberar a su pueblo de los Centauri.
“No hay mayor energía en el universo que la necesidad de libertad. Contra ese poder, no pueden ni los gobiernos, ni los tiranos, ni los ejércitos.”