18 – Recuperar Perfección (parte 1)
Amaneció en el eco del centro de Perfección. Sólo las cenizas y el silencio de los caídos recordaba que aquello había sido escenario de una cruel masacre. Al lado del torrente de milagrosa agua infinita Enkidu ha ubicado su humilde morada. En su realidad anterior se sentó en tronos de oro y, sin embargo, un simple montón de paja y una pila de fruta es ahora todo cuanto necesita su nuevo palacio.
— ¿Qué sabemos de la situación en Perfección? — Pregunta Starbuck a sus segundos al mando, Andreas y Dachande.
— Poco. Sabemos que el eco del lago pertenece a un lugar llamado Uruk de la realidad de Enkidu, de aquí que haya podido controlar a los animales y zoomorfos. Sin embargo no conocemos el alcance real de sus poderes.
Su séquito de animales controlados mentalmente desfilan por las calles de Perfección con cuidado de no salir del rango de influencia de su nuevo amo. Sus órdenes están claras, acabar con cualquier humanoide que se cruce en su camino. Los pocos habitantes que se han atrevido a acercarse para negociar han sido atacados por miles de garras, picos, colmillos y pezuñas antes de poder abrir la boca.
— Jeremías, ¿Has podido descubrir si usa alguna formación específica para los zoomorfos?
— Me temo que no —Contestó Jeremías—. Si sigue algún tipo de estrategia me ha sido imposible adivinar cuál. Lo único que he visto es que algunos animales se dirigen cada cierto tiempo hacia las granjas a buscar oveznos para comer.
Fuera del eco, las casas maltrechas del pueblo son bañadas por la tenue luz lechosa del yermo, como si la isla estuviera en permanente duelo por las cosas horribles que pasan en su superficie. Los supervivientes de la masacre se esconden a la espera que se obre algún tipo de milagro, intentando ignorar la sensación de hambre y cansancio.
— ¡No podemos esperar más! —dijo Harriet nerviosa— La gente debe estar hambrienta y pronto la desesperación les llevará a intentar estupideces.
— Capitana —añadió Andreas—. Los soldados estamos listos, si partimos ahora llegaremos justo antes del amanecer del eco.
Enkidu se agazapa al lado del manantial donde dormía y con sus toscas manos se lava el rostro con la fría agua para afrontar un nuevo día en el Origen. Con su densa barba aun chorreando y acariciado por la luz matutina del eco, cogió algunas frutas de su improvisada despensa como desayuno. Cuando ya casi podía notar la pulpa madura en su boca, Andreas salió de entre unos matorrales y atacó con su arma de cristal. Mientras la mano cercenada de Enkidu caía al suelo aun con la fruta entre sus dedos, una sirena alertaba a todos que la operación había empezado.
— Iniciamos la marcha. Que los Dioses de Kobol nos protejan.