17 – El viejo amo
Un hombre fornido pero entrado en años descansa en un garito de la gran ciudad de Rende. Pese a que en su realidad todos le conocían por su alter ego de caballero oscuro, en el Origen todos le llaman simplemente Bruce. Mientras apura su copa de cerveza romulana, repasa cómo llevará a cabo su misión.
Poco después de aparecer en el Origen, Bruce llegó a un lugar llamado la Cofradía. Aquella ciudad de ensueño garantiza a sus ciudadanos una vida cómoda, y sobretodo, justa, gracias a un complejo sistema de niveles sociales. En la Cofradía cada nivel goza de ciertos beneficios, y cada mil latidos se degrada a los miembros menos meritorios y se asciende a los miembros más útiles. Este sistema obliga a que incluso los ciudadanos de niveles superiores tengan que realizar méritos para mantener sus privilegios.
La calidad de vida en la Cofradía la ha convertido en uno de los enclaves más deseados para los habitantes de la isla. Sin embargo, acceder a la ciudad y aspirar a la ciudadanía no es para nada fácil. Bruce lo había conseguido, pero no sólo por méritos propios. Su antiguo mejor amigo y mayordomo, Alfred, había intercedido por él, lo que le valió la aprobación de acceso. Alfred había llegado a la Cofradía miles de latidos antes que él, y ya era un ciudadano de sexto nivel. Por desgracia, el mayordomo había dejado de forma inesperada la ciudad, y si Bruce quería seguir en la Cofradía tenía que conseguir méritos a través de tareas como la que le ocupaba actualmente: conseguir un nuevo dentista para La Cofradía.
La entrada de un hombre delgado al garito sacó a Bruce de sus pensamientos. Ambos se quedaron mirando fijamente. El chaqué reforzado con piel de antilópodo del hombre y su grácil pose no dejaban lugar a duda sobre quién era. Bruce hizo ademán de levantarse, pero el hombre le saludó con la mano y tomó asiento a su lado.
— Hola Alfred —dijo Bruce— ¿Cómo me has encontrado?
— En realidad, Bruce, —contestó Alfred mirando a su alrededor— no le estaba buscando. Simplemente estoy organizando una partida hacía Chambelán y habíamos quedado aquí.
— ¿Qué probabilidades hay de que esto sea cierto? —puntualizó Bruce mientras esbozaba una sonrisa.
— Es la Ley del Destino, mi buen amigo. —Contestó Alfred sin devolverle la sonrisa.
— ¿Desde cuanto te has vuelto supersticioso?
— En la Tierra, por mucho que uno no creyera en la gravedad, seguía viéndose afectado por ella. —el bigote del mayordomo se arqueó levemente, eso sería lo más parecido a una sonrisa que Bruce conseguiría— ¿Qué hace usted aquí?
— Desde que os marchasteis de la Cofradía he tenido que conseguir algunos méritos fuera de la ciudad para seguir en mi nivel. — contestó Bruce — ¿Por qué no vuelves conmigo? Juntos lograríamos hacer de esta isla un lugar mejor.
— No espero que lo entienda, después de lo que le pasó a Gil, el señ… mi actual señor y yo no podíamos quedarnos allí.
— Él se equivoca —Bruce apoyó los codos en la mesa y fijó su mirada en Alfred—. Dejar la Cofradía y perseguir la quimera de un mundo sin los Grises es inútil. Si esta isla es mínimamente habitable es gracias a ellos, lo que debemos hacer es seguir luchando como hacíamos antes.
— Si me permite la franqueza, he pasado por muchas cosas desde que llegué a este sitio antes que usted —Alfred se dispuso a imitar la posición solemne de Bruce, pero al ver lo sucia estaba la mesa, decidió seguir con los brazos fuera de ella—. La diferencia entre usted y yo es que yo ya he comprendido cuán equivocados estábamos antes.
— ¿Cómo dices?
— En Gotham, le animé a jugar al juego de la redención. Había sufrido una terrible injusticia y creyó que podía cambiar la cosas saliendo a la calles. Sin embargo, usted jamás dejó de ser un niño rico que pegaba a niños pobres y desesperados —Alfred hizo una breve pausa al ver que Bruce empezaba a incomodarse—. Después de las somantas volvíamos a nuestra torre de marfil, mientras el mundo lleno de injusticias creaba nuevos niños malos para la siguiente ronda. Sin duda hicimos cosas buenas, pero jamás comprendimos que nuestros propios privilegios eran la fuente de todo aquel mal. Ojalá algún día llegue a comprenderlo señor, yo también creí en la Cofradía y por eso hice cuando pude para que usted también formara parte de ello, pero ahora sé que ninguna sociedad basada en los privilegios será jamás justa.
Ambos se quedaron en silencio una pequeña eternidad después de aquello.
— ¿Por qué ir a Chambelán? —Bruce cambió de tema— Hasta donde sé, en ese lugar ya no queda casi nadie.
— Justamente por eso —contestó Alfred mirando a la puerta del local—. Me temo que tengo que dejarle. Me alegro de ver que está bien, Bruce.
Alfred se levantó y fue directo hacia un grupo de seis personas que acababa de entrar.
Imagen – Alfred and Bruce in Facebook