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15 – La Cofradía

Sir Richard Burton regresó de entre los muertos una vez más. Como de costumbre, emergió del agua completamente desnudo, sin pelo en el cuerpo y con su cilindro metálico personal atado a la muñeca. Para él aquello empezaba a ser ya rutinario así que, lejos de asustarse como la primera vez que apareció en aquel Mundo del Río, se giró para comprobar cuán cerca estaba del hemisferio norte de aquel maldito planeta. Para su asombro, en vez de un colosal río, se encontró con que acababa de emerger de un triste charco pútrido donde hasta los sapos sentirían claustrofobia.

Burton miró a su alrededor buscando alguna pista de dónde se encontraba. No obstante, lo único que obtuvo fue un inenarrable complejo de inferioridad al contemplar la sublime cúpula celeste repleta de islas flotantes. Por tercera vez en su existencia, el famoso aventurero Sir Richard Burton había amanecido en una nueva realidad. Por desgracia para él, estaba a punto de descubrir que el Origen podía ser mucho más rudo que su bienamada Tierra y el Mundo del Río juntos.

Mientras deambulaba por las áridas tierras de aquel lugar vio un pequeño monte y subió a él. Desde allí pudo divisara los lejos un brillo metálico tintineante que bien podría ser algún tipo de construcción. Al poco de caminar, un peculiar sonido lo inundó todo como si de las trompetas del apocalipsis de tratará. Burton se quedó impertérrito, en su anterior realidad había piedras que generaban comida y emitían rayos, así que un sonido en el cielo tampoco parecía molestarle. Cuando el estruendo se repitió varias veces, comprendió que esa sería la única manera de medir el tiempo allí. Burton acababa de descubrir lo que eran los latidos.

Según sus cálculos le quedaban mínimo unos veinte latidos para llegar a su destino cuando su estómago se quejó emitiendo un fuerte rugido de hambre. En el Mundo del Río tal vez eran simples cobayas, pero como mínimo allí estaban bien alimentados. A partir de ese momento, se obsesionó con encontrar alguna piedra donde meter su cilindro metálico y generar comida, pero el pobre diablo no tuvo suerte. Y los latidos pasaron. Uno a uno. Lentamente.

A los tres latidos su mente acalló los pinchazos de su estómago, pero no pudo hacer lo mismo con la sed. Una sed como jamás la había sufrido antes. Durante latidos enteros, Burton deseó volver a padecer las fiebres que contrajo mientras se dirigía a descubrir el lago Victoria. Incluso llegó a desgarrarse la carne de un dedo para poder beber un poco de su propia sangre. Pero la sed seguía allí. Estuvo tentado de volver al charco de donde salió, pero sabía que apenas le serviría para mojarse los labios y luego tendría que volver a rehacer el camino. Siguió adelante, intentando no pensar en el áspero amasijo de carne seca en que es estaba tornando su lengua.

En un momento dado vio una silueta a lo lejos y corrió hacia ella gritando. A medida que se acercaba empezó a distinguir al ser, pero no fue hasta que lo tuvo realmente cerca que no se paró en seco. Parecía hecho de sombras. De lo que bien podrían ser extremidades goteaba una sustancia negruzca como el carbón y de su informe anatomía se podían distinguir lo que Bruton sin duda clasificaría como tentáculos negros de alquitrán. El ser empezó a moverse silenciosamente hacia Burton, dejando tras de sí un denso humo de pestilencia. Cada vez más rápido. Agitando sus apéndices amenazadoramente.

La cosa se abalanzó sobre el débil Burton, quien apenas tuvo fuerzas para arriarle con el cilindro metálico de su muñeca. La coreografía del ser expresó un fuerte dolor, pero no emitió sonido alguno. De repente, uno de los tentáculos desgarró la pierna de Burton y este dejó de pensar momentáneamente en la sed. Burton contraatacó con varios golpes de cilindro hasta que la criatura se marchó tan silenciosa como había llegado. Pese a la cojera, Burton retomó el rumbo. Acababa de sobrevivir al primero de muchos ataques de sombras que sufriría en el Origen.

Finalmente, llegó a su destino. El brillo metálico era una pequeña ciudad amurallada de la que sobresalían dos docenas de edificios de metal protegidos por una cúpula azulada y traslúcida hecha de pura energía. Burton decidió que le daba igual si aquello era alguna otra broma cósmica, lo único que quería era agua para beber, así que corrió hacia la entrada. Allí se agolpaban varios centenares de personas haciendo una fila y, a su lado, una fuente de agua. Burton se tiró de cabeza a la fuente y bebió hasta saciarse. Luego se puso en pie y se dispuso a entrar en la ciudadela sin siquiera preocuparse de su desnudez. Sin embargo, cuando ya estaba cerca de la puerta, un ser que sólo podía ser descrito como un gólem de piedra amarilla con un taparrabos azul y un curioso símbolo pintado en el pecho le dijo:

— Amigo, yo de ti no daría un paso más o será la hora de las tortas —el gólem le puso su pétrea mano en el pecho— ¿Crees que puedes llegar así como así y entrar en La Cofradía sin más? Venga gilipollas, si crees que tienes alguna habilidad digna de mención ponte a la cola y solicita tu acceso como cualquier otro matado.

ImagenRichard Burton By Rischgitz/Stringer (Hulton Archive)


Chains Larp
5 de noviembre de 2023