11 – Ataque (parte 1)
Anhelp había sido encerrada en una celda nada más llegar a Perfección. En su mente acaba de cumplir con su venganza contra su hermano Talmek, poco después de que este hubiera usurpado la corona acabando con sus padres. Se sentía satisfecha, pese al convencimiento de que aquellas gentes extrañas la estaban a punto de ajusticiar por magnicidio. La celda era un habitáculo bien iluminado, donde lo único que lo diferenciaba de una habitación normal eran los barrotes las puertas y ventanas. Comparado con las celdas de su antiguo palacio, aquello era una posada de lujo.
En el pasadizo, una voz femenina hablaba con el guardia de la entrada. Poco después la puerta se abrió y Harriet Chalmers, la actual líder de Perfección, entró. Inmediatamente el guardia cerró la puerta, como si tuviera miedo de que Anhelp escapara corriendo patéticamente con sus talones cercenados. Harriet se sentó al lado de la cama donde habían dejado estirada a Anhelp.
— Yo de ti borraría esta expresión de complacencia de tu cara —dijo Harriet a Anhelp—. Por si no te habías dado cuenta, ya no te encuentras en tu mundo. Lo que hubiera hecho Talmek allí no importa una mierda aquí en Perfección. Voy a contarte algo, el Talmek al que mataste hacía años que se redimió en tu mundo, incluso tu le perdonaste antes que tus dioses cumplieran con su… deuda. Has matado a alguien muy querido y respetado en este lugar.
— No me impor… — empezó a decir Anhelp.
— Mejor cállate bonita —Harriet le puso una mano en la boca—. Tengo decenas de personas pidiéndome que aplique el ojo por ojo contigo, y puedes apostar a que es lo que más me apetece desde que he entrado en esta celda. Sin embargo, fundamos Perfección para que cada uno pueda decidir sobre su destino. Sabíamos que sería difícil pero les prometí que defendería este principio hasta sus últimas consecuencias. Celebraremos un juicio y se te permitirá explicar tus motivos. Marcelino ha pedido ser tu defensa, cree que si el jurado ve a uno de los mejores amigos de Talmek defendendo a su asesina te tomarán más en serio ¿He sido suficientemente clara para su majestad?
Con la mano de Harriet aun en la boca, la enana hizo que sí con la cabeza. Fuera de la celda, a lo lejos, se empezó a escuchar un rumor de gentío. De haber estado atentas, ambas hubieran notado que no se trataba de un ruido normal de bullicio y tal vez Harriet hubiera mirado por la ventana. Por desgracia no fue así.
— Perfecto —Continuó Harriet—. Te lo advierto, no pienses ni por un segundo que te servirá de algo tu rollo de tullidita. Aquí tus dioses están muertos, como el resto de dioses en los que todos creíamos. Ya te puedes cortar todos los dedos, arrancar los dientes o extirpar un riñón que no te podrán sacar de esta. Mejor empieza a pensar qué le dirás al jurado.
En ese momento, un estruendo tremendo se escuchó en el pasillo. El rumor procedente de las ventanas se había transformado en gritos. Fuese lo que fuese que estaba en el pasillo, había hecho que el guardia de delante de la celda desenfundara su arma.
— ¿Eres tu? ¿Qué está pasando? — dijo el guardia.
Desde la celda, Harriet y Anhelp vieron como un objeto metálico rosado de unos ochenta centímetros chocaba contra el guardia a gran velocidad. El guardia salió despedido fuera de su vista dejando tras de sí un reguero de sangre que no auguraba nada bueno. El objeto metálico apareció de nuevo ante la puerta y se giró hacia ellas. Harriet se quedó estupefacta al comprobar que se trataba del conejo Pirata cubierto de sangres de distintos colores.
Pirata cogió con sus manos mecánicas los barrotes y los deformó lentamente, como un niño retorciendo un alambre grueso. Cuando ya casi podía pasar por los barrotes, se escucharon disparos en el pasillo y algunos de los proyectiles impactaron contra el exoesqueleto de Pirata. El conejo se giró y salió disparado hacia sus atacantes.
Nada más desaparecer Pirata, Harriet corrió hacia la puerta, estiró el brazo hasta el guardia agonizando y cogió de su bolsillo la llave. Salió a toda prisa de la celda y, mirando a Anhelp, cerró la puerta con llave. Luego, corrió hacia la calle para ver qué le estaba pasando a su gente. El juicio tendría que esperar.
Imagen – Harriet Chalmers in Wikipedia